EL OBJETIVO DE LA SANTA MISA

Siempre podemos –debemos– estar en presencia de Dios y mantener un diálogo constante con Él, pero es especialmente en la Santa Misa cuando todas las condiciones se acomodan para facilitarnos ese objetivo.

Es en este breve acto cuando tenemos la oportunidad de vivir –como Dios quiere de nosotros– todos los diferentes modos de hacer oración. Aquí, los frutos que miran inmediatamente a Dios, como la adoración y la acción de gracias, se producen siempre en su plenitud infinita, sin depender de nuestra atención, ni del fervor del sacerdote. En cada Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una reparación y una acción de gracias de valor sin límites, porque es Cristo mismo quien la ofrece y el que se ofrece.

1. De todas las formas de oración que podemos elevar a Dios, la más perfecta es la de alabanza.

Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. –Amén.
(Amén Solemne)

Es imposible adorar mejor a Dios, reconocer su dominio soberano sobre todas las cosas y sobre todos los hombres que en la Santa Misa. Es la realización más acabada del precepto: Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás. (Mt 4,10). Con ella realizamos el mismo acto que los ángeles –criaturas espirituales y por lo tanto más perfectas que nosotros– repiten sin cansancio en el Cielo desde que Dios les dio el ser.

2. En segundo término se encuentra la acción de gracias:

Demos gracias al Señor, nuestro Dios. –Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario; es nuestro deber y salvación darle gracias siempre y en todo lugar...
(Plegaria Eucarística)

Es imposible agradecerle mejor los bienes recibidos que a través de la Santa Misa: “¿Cómo retribuiré a Dios por todos los beneficios que ha tenido conmigo? Elevaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor” (Sal 115,12). Es el modo más adecuado de oración para nosotros, pobres criaturas, a quienes Dios ha dado tanto… ¡hasta su propio Hijo!

3. Enseguida tenemos la oración de desagravio:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...
(Acto Penitencial, primera parte)

Como dice el Concilio de Trento: “Es imposible dar a Dios una reparación más perfecta por las faltas diariamente cometidas que ofreciendo y participando con devoción del Santo Sacrificio del  Altar”.  ¡Tenemos tanto por qué pedir perdón!

4. El modo más imperfecto de hacer oración –aunque tal vez sea el más usual– es el de petición:

...Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
(Acto Penitencial, segunda parte)

Al fin niños débiles, necesitamos de la ayuda incondicional del más generoso de los padres…

Y todo esto en presencia de Cristo mismo, presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el altar. Junto a Él se encuentra también María Santísima, su Madre –nuestra Madre y los ángeles, que en un bendito misterio reviven, sin derramamiento de sangre, aquel sacrificio del Hijo de Dios en el Gólgota...


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