La Eucaristía:

Nos dice Jesús (Jn 6, 53): "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros".

Es el momento más importante de la Santa Misa cuando pasamos a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles en la Ultima Cena. Con la Comunión, los fieles recibimos "el pan del cielo" y "el cáliz de salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6, 51).

La conversión de las especies del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibe el nombre de Transustanciación, ya que realmente se transforman las substancias del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre y hasta en el Alma y la Divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Por eso es en la Comunión (cuando recibimos a Cristo mismo dentro de nosotros), e igualmente visitando a Cristo en el Sagrario, el momento más indicado para conversar y tratar a Jesús; ¡tan cerca de Él como lo estuvieron sus discípulos hace 2000 años!

Por supuesto, hay que estar preparados para recibirlo con algunas "reglas", que son:

De hecho, todas estas obligaciones y recomendaciones son las mismas que espontáneamente seguiríamos para recibir a un rey o un presidente de visita en nuestra casa.

Recordemos la seriedad del acto que significa el acoger al mismísimo Dios en nuestro cuerpo. Alertándonos a este respecto nos dice San Pablo unas palabras muy fuertes: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Co 11, 27-29).

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la Consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas, es decir, mientras aún exista una molécula que todavía se pueda distinguir que sea de pan o de vino. Así, sigamos el ejemplo de Santa Teresa: "después de la Comunión da gracias durante unos ocho o diez minutos que es lo que suelen durar las especies sacramentales. Ningún tiempo más precioso para tratar con Dios que éste, después de la comunión" ("Hacia tu Sacerdocio, Libro del Seminarista". Juan Carrascal R. S.J. Editorial Sal Terrae, 1965. pp. 104-105).

El gran genio, teólogo y santo, Tomás de Aquino escribió al respecto de la Eucaristía la letra y la música de uno de los himnos más bellos y profundos de la liturgia, el Adoro Te Devote:

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
Verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete todo mi corazón,
Y se rinde totalmente al contemplarte.

 La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
Pero basta con el oído para creer con firmeza;
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
Nada es más cierto que esta palabra de Verdad...

Es una excelente costumbre recitar el Adorote Te Devote (texto completo) después de recibir la Comunión, seguros de que Cristo estará aún dentro de nosotros por aproximadamente diez minutos.


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